Dr. Gerardo Sánchez S. académico del Departamento de Formación Inicial Escolar de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Católica del Maule.
La pandemia ha trastocado a la sociedad en su conjunto, y frente a ella, los sistemas educativos de la mayoría de los países han sido desafiados a realizar educación de emergencia sin presencialidad, configurando una experiencia nueva, con errores y aciertos, que requiere ser pensada para lograr abordar los escenarios educativos venideros. En ese contexto, emergen dos elementos sobre los cuales es necesario reflexionar para orientar las buenas decisiones: la posibilidad de aprender de la experiencia y definir qué es relevante atender.
En lo que respecta a la posibilidad de aprender, mucho se escucha y lee de desaprender para reaprender, sin embargo, en los procesos de cambio están siempre operando los sistemas de creencias desde los cuales construimos nuestras representaciones sobre la docencia, los estudiantes, y nosotros mismos. Estas creencias pesan en nuestras acciones e influyen en la toma de decisiones, limitando o posibilitando los aprendizajes. Sería altamente esperable haber aprendido de la experiencia de educación en contexto de emergencia, sin embargo, la historia lo confirma, se corre el riesgo de salir de esta experiencia e intentar transitar al olvido procurando recuperar esa anhelada “normalidad”.
Si lo anterior es una posibilidad, el segundo elemento puede complejizar aún más el escenario educativo pensando en el año próximo: cuál es la cuestión de fondo, ¿cuándo volvemos? o ¿cómo volvemos a clases? La primera de las preocupaciones pone el foco de interés en el control, en recuperar la sensación de normalidad – ¡que más normal que el año académico 2021 comience el primero de marzo! Eso, sin duda alguna, daría certidumbre, continuidad y probablemente olvido para retomar lo que desde siempre hemos hecho en el ámbito educativo. Lo digo pensando en que probablemente se confirmaría el primero de los riesgos: no aprender a pesar de lo intenso de la experiencia. La segunda pregunta encierra más posibilidades y esperanza de lograr hacer algo distinto y, esperemos, mejor en cuanto a docencia/formación, pues estaríamos demostrando auténtica sensibilidad, reconocimiento y valoración respecto a lo que hemos y seguimos viviendo: ocuparnos de cómo volvemos. En consecuencia, vale la pena que la discusión estuviera menos centrada en el cuándo y más en el cómo pretendemos volver a clases.
Pensando en ello, la primera constatación que hago es que independiente de una educación de emergencia sin presencialidad, el trabajo docente en su cotidianeidad sigue siendo un conjunto de interacciones personalizadas con los alumnos para conseguir su participación en su propio proceso de formación, lo que implica esfuerzos conscientes por atender a sus distintas necesidades.
Desde esa constatación, podemos imaginar una serie de condiciones y/o principios importantes que atender para avanzar en el desarrollo de una experiencia educativa de mejor calidad: preparar un contexto que posibilite el aprendizaje, ofrecer experiencias de aprendizaje culturalmente sensibles a las características y necesidades de los estudiantes, ofrecer retroalimentación efectiva, promover el trabajo en grupos, diseñar experiencias de auto y coevaluación, y fundamentalmente, recuperar la escucha activa como el principio base de la pedagogía.